11 de octubre de 2013

international intrigue.

  No recuerdo  cuando fue exactamente que llegué, pero ahí estaba, en ese motelito de cinco o seis plantas -como esos del oeste de Estados Unidos, con una piscina al centro-, todo descolorido, con palmeras y un aparcamiento vacío. No sé cómo, pero ahí estaba yo, con algunas amigas, y por una extraña casualidad del destino, o no, también estaba él.
  El ambiente estaba cargado, húmedo, se respiraba tabaco y el humo de los coches al pisar el asfalto ardiente.; debía de ser finales de verano.
  
  Y entonces, por alguna razón, decidí coger el ascensor, y creedme que me sorprende, yo siempre uso las escaleras. Entonces estaba ahí, plantada frente a la puerta grisácea del ascensor (que hacía un ruido espantoso, cabe decir), mirando una moqueta color vino oscuro quemada por el paso de los años y por culpa de un cuidado insuficiente, o por la inexistencia de este.
  Cuando se abrió la puerta lo primero que sentí fue el olor a cigarro, -su olor- y lo primero que escuché, sus risas. La de él y mi amiga. Ella estaba pegada contra la pared del ascensor y el apoyaba su tatuado brazo justo por encima de ella. No en actitud imponente, solo estaba relajado. Con la otra mano sostenía el cigarro. Los dos me miraron sin dejar de sonreír, intercambiamos unas miradas, hasta yo sonreí; ya los había saludado en algún momento aquella mañana, así que no hizo falta ningún comentario.
  
  Las puertas se cerraron y él se despegó de la pared. Yo los miré (sin revelar ningún sentimiento). Él dio una calada a su cigarro y miró al frente, intentando contener la risa, pues mi amiga -mi curvilínea amiga- no paraba de reírse con lo que intentaba que pareciese un 'modo silencioso'. Sabía que no se reían de mí, sabía que era buena señal que no se hubiesen callado de repente cuando entré, pero... No pude evitar compararme con mi amiga, las dos teníamos el pelo rizado, pero el mío era castaño oscuro, y el suyo parecía oro y bronce. Tenía curvas, aunque no puedo evitar comentar que también tenía algo de barriga. Yo, en cambio, era plana, poco elegante. Era como si siempre que encontraba algo que me gustase cualquiera de mis amigas llegase y se lo llevara. Yo no tenía su gracia, y por tanto eso era un punto en mi contra. 
  Entonces lo miré a él. Y me rompí por dentro. Quería estar entre sus brazos, ser algo para él, poder simplemente mirarlo a los ojos y sentir algo, sentir que el también sentía algo, por cursi que suene. Así que en un arrebato pulsé el botón de 'stop' y dije: "Yo me bajo aquí." mientras lo miraba a los ojos.  Él dio otra calada a su maldito cigarro y me escrutó con sus malditos ojos del color de los abetos 'Douglas' que salían en Twin Peaks (la maldita serie que me traía de cabeza), pero no dijo nada. Nadie dijo nada. Y salí. 
  Ni siquiera era mi piso.
  Me quedé unos segundos en silencio hasta que escuché al ascensor ponerse en marcha otra vez. Entonces cerré los ojos y me permití recordar el contorno de sus brazos, fuertes y musculosos; su pelo, frondoso y negro; sus ojos, como los abetos... y ese maldito cigarro que siempre llevaba en la mano... Era tan sexy, tan elegante, tan correcto en su descuidado aspecto, tan lleno de esa inaccesibilidad... que saber que nunca estaría a su nivel se volvía agotador.