Mientras
me embuto la parka gris, veo en la estantería El clamor de la montaña, era un cómic de mi padre, bastante simple,
y que nunca llegué a leer entero. “¡Adiós para siempre! Tu sacrificio no ha
sido en vano, Yu. ¡Ahora mi deseo de venganza ha muerto!” La última burbuja de
diálogo me ha dado una fuerza esperanzadora descomunal. Si tenía alguna duda,
ya no la tengo. Siento que mi padre me infunde ánimos desde dónde este. Ya no
hay vuelta atrás. Meto algunas cosas más en la maleta, me hago una trenza y
cierro la puerta de mi habitación. Me detengo. No puedo irme sin él. Vuelvo a
entrar. Cojo El Decamerón, y de entre
las páginas saco su foto. La única foto que me dejó sacarle y la única cosa
suya que guardo. No mentí cuando dije que nunca había sentido amor; lo que
sentía por él era algo superior a eso. Nunca pude explicarlo con palabras y él
lo entendía –el sentía lo mismo, o eso creía-, una mirada, un beso, una
caricia, un arañazo o una carta quemada. Cualquier cosa, menos las palabras,
podían explicar lo que teníamos. Era idílico, irreal, perfecto.
una entrada preciosa sigue así !
ResponderEliminarte sigo un beso :)